
“¿Qué será del corazón/ si el amor no tiene flechas?” Se preguntaba Lorca en su “Canción otoñal”, allá por 1918. Y yo entonces sueño una lluvia de flechas que cae sobre un hombre sin atinarle. Debe poseer cierto aliño para esquivar. Luego pienso que, como es natural en él, permanece quedo, ahí donde se vio colocado estratégicamente por las circunvoluciones de la imaginación de otro que soñó su existencia con mayor rigor del que él jamás se hubiera valido para gastarla. Inmutable, ningún vello de él teme a la lluvia o sospecha el rumor de cada flecha... La displicencia de su corazón sin miedo ha conmovido la iniquidad abocardada de cada lanceolada, y él se salva. Nunca supo que alrededor suyo se desató la más horrible de las borrascas.
Fotografía: "Glasswater" (2007) ©